Habemos qiuenes tenemos suerte y nos salimos con la nuestra. Cada vez. Habemos quienes hacemos el bien en el día a día, para evitar que nuestros ímpetus, esos que la sociedad nos ha impuesto desde que nacimos para controlar nuestro instinto y hacernos personas de bien, nos lleven al hedonismo puro, porque qué seríamos sin dinero y sin trabajo, qué seríamos nada más que con sexo e incertidumbre.
miércoles, 7 de diciembre de 2011
sábado, 19 de noviembre de 2011
Just to see what if... (from Radiohead)
No sabría decir con exactitud cuántos años pasaron antes de que sucediera lo que sucedió la madrugada de hoy. Es increíble además las maneras en que la vida resume años de deseos en cuatro horas de intimidad. Las pláticas de cama, esas que suceden mientras esperas, llenas de música, risa, historias, confesiones, y toda la sinceridad que solo la desnudez te confiere. Esa noche, ese momento, ese intenso momento en que son solo dos entre esas cuatro paredes, en todo el mundo. Ese momento en que quiere estar contigo y te quiere para sí. Sonidos y sensaciones de una persona que no verás en otro momento, sin importar el tiempo, la amistad, las charlas, la tristeza o la felicidad. Va más allá de la sensualidad y de la lujuria. Son solo hechos. Y luego una y otra vez descubrirse bajo el halo de la más primitiva experiencia humana, con todos sus colores, sabores y sensaciones. Complejos y tan sencillos a la vez, difusos y callados.
Luego fue de día y dormimos.
Luego fue de día y dormimos.
jueves, 16 de junio de 2011
Lo veo
Lo veo conduciendo hacia mí. Lo veo como debió ser años atrás. Lo veo sin verlo, sin mirarlo directo a los ojos. Lo miro sólo sintiéndolo, a él y sus manos que recorren todo, no sólo el hoy sino el ayer y el hubiera. No sólo a mí sino sus ganas y las mías. No sólo mi cuerpo sino todo aquello que nos hemos contado en confidencialidad y que sabemos que no será, pero que está implícito.
Lo veo entonces entrar no sólo en mí sino en mi día, en mi rutina, en mi destino que no es ahora más que un libro en blanco en el que él escribe un capítulo.
Lo veo sobre mí ansioso de que el momento no termine. Lo veo debajo creyéndose único. Lo veo a mi lado dándome su tiempo, y yo creyéndolo mío.
Y entonces lo veo irse, y yo quedo sola como siempre quise.
Lo veo entonces entrar no sólo en mí sino en mi día, en mi rutina, en mi destino que no es ahora más que un libro en blanco en el que él escribe un capítulo.
Lo veo sobre mí ansioso de que el momento no termine. Lo veo debajo creyéndose único. Lo veo a mi lado dándome su tiempo, y yo creyéndolo mío.
Y entonces lo veo irse, y yo quedo sola como siempre quise.
Nadie sabe lo que tiene...
No puedo dejar de pensar en lo que no tengo por estar aquí. No sé si el alcohol me deshinibe o sólo descubre la verdad. Estoy cansada de estar confundida, de verme en una realidad que nunca planeé y que no sé ya si es mía o sólo me dejé llevar por la ilusión de la seguridad y la ilusa idea de pensar que podía ser mejor de lo que soy. La verdad es que jamás pedí estar aquí, y el día a día es más complicado de lo que pensé en un inicio. Y lo que yo ya no puedo ser me reta a cada momento, pero sé bien que no lo soportaré, y no sé qué hacer con eso sobre todo porque no me siento mal al respecto. Es como si quien he sido siempre tratara de resurgir. Me veo fuera de aquí, charlando de cualquier cosa, con cualquier persona. Me veo tendida en una cama con alguien que no es él. Me veo como siempre quise, libre. Me veo cerca y lejos, dentro y fuera, me veo, pero no me veo aquí. ¿Qué hago aquí?
miércoles, 24 de marzo de 2010
La hora del café
Espero equivocarme. Nos veo sentados en torno a esa mesa, sentados en esos sillones de siempre (bueno, cambiaron una vez, y desde entonces han sido los "de siempre"), hablando como siempre, como si diez años en verdad fueran mucho tiempo. Tenemos diez años juntándonos en torno a esta mesa de café donde nunca bebemos café... cerveza, refresco, vino, vodka, sí, pero nunca café. Diez años de jugar a que no nos conocemos aún lo suficiente y que nos sorprende lo que hacemos, pretendiendo que no es lo mismo que hemos hecho antes, ahora más viejos y con más mañas para hacerlo. Nos reunimos sólo porque somos diferentes y los cuentos que nos contamos los otros no los podrían contar.
Y así como estos diez años han pasado, pasarán otros diez, doce, treinta y cinco. Tal vez nos vemos con menos frecuencia. Ya empieza. La pareja, los hijos (¡los hijos!), el trabajo, el mundo, la vida, los pretextos de toda la gente que no se reune con su pasado por miedo a que su presente lo conozca. Y nos veo aquí en algunos años, otra vez alrededor de la mesa, esta mesa que seguro vivirá más que nosotros con esas patas gruesas de buena madera, y su vidrio reemplazable que alguna vez ya cambiamos.
Soy la que ha tenido relaciones fugaces de introspección con todos ellos, y por eso me es ahora sencillo leerlos -¿leernos?-. Casi nunca me equivoco, tengo un don para la sicología, y es que tampoco somos seres tan complejos, al menos no nosotros cinco, ocho, diez, los que estemos. Estamos marcados por traumas cliché, tenemos debilidades marcadas, y fortalezas que disimulamos con fingida humildad sabiendo que si no las reconocen ellos, nadie más lo hará.
Pero espero equivocarme esta vez. Detesto pensar que pasarán esos diez años y lo que hoy nos da risa se siga repitiendo ahora causándonos los mismos problemas, también cliché, que desde ahora anticipamos. Todos los tenemos: ella no está segura de casarse, él está con la otra por miedo a la soledad, el otro cómodo con su soledad por miedo a enfrentarse a sí mismo estando con alguien más, los sueños que unos y otros van dejando y un día los alcanzarán tan sólo para recordarles lo viejos que son y cómo no podrán nunca realizarlos. Sé que así deberá ser, pero creo que lo que me disgusta es anticiparlo, detenerme mientras los otros ríen para dar un vistazo al futuro y ver cómo nos reímos también de eso.
Y así como estos diez años han pasado, pasarán otros diez, doce, treinta y cinco. Tal vez nos vemos con menos frecuencia. Ya empieza. La pareja, los hijos (¡los hijos!), el trabajo, el mundo, la vida, los pretextos de toda la gente que no se reune con su pasado por miedo a que su presente lo conozca. Y nos veo aquí en algunos años, otra vez alrededor de la mesa, esta mesa que seguro vivirá más que nosotros con esas patas gruesas de buena madera, y su vidrio reemplazable que alguna vez ya cambiamos.
Soy la que ha tenido relaciones fugaces de introspección con todos ellos, y por eso me es ahora sencillo leerlos -¿leernos?-. Casi nunca me equivoco, tengo un don para la sicología, y es que tampoco somos seres tan complejos, al menos no nosotros cinco, ocho, diez, los que estemos. Estamos marcados por traumas cliché, tenemos debilidades marcadas, y fortalezas que disimulamos con fingida humildad sabiendo que si no las reconocen ellos, nadie más lo hará.
Pero espero equivocarme esta vez. Detesto pensar que pasarán esos diez años y lo que hoy nos da risa se siga repitiendo ahora causándonos los mismos problemas, también cliché, que desde ahora anticipamos. Todos los tenemos: ella no está segura de casarse, él está con la otra por miedo a la soledad, el otro cómodo con su soledad por miedo a enfrentarse a sí mismo estando con alguien más, los sueños que unos y otros van dejando y un día los alcanzarán tan sólo para recordarles lo viejos que son y cómo no podrán nunca realizarlos. Sé que así deberá ser, pero creo que lo que me disgusta es anticiparlo, detenerme mientras los otros ríen para dar un vistazo al futuro y ver cómo nos reímos también de eso.
martes, 1 de diciembre de 2009
A poco de terminar el año puedo decir con seguridad que este es uno de los mejores recuerdos que me quedarán de este año: Parada en esa cocina viendo esa escena de telas y colores invernales. Seis mujeres sentadas a la mesa, platicando entre tanta confianza, en algún nivel se convirtieron en familia. Y yo. Las veo reír y el tiempo corre más lento durante unos momentos. El calor de los rayos de sol que alcanzan a entrar por el ventanal, de la comida recién hecha, pero sobre todo de su relación deja fuera el frío inviero que asoma su blancura.
Sus rostros cansados, pero felices, iluminados con sus sonrisas. Sus cabellos despeinados (sí, de todas), sus posturas relajadas, sus chistes locales, sus juegos de palabras, sus gestos de aliento, la dedicación que reposa en sus ojeras, la admiración de las unas por las otras, sus múltiples y variados talentos. Todas en distintas etapas y sintonías, y todas juntas.
Lo mejor de todo es que soy parte de esta escena. No es que sea feminista, por el contrario, siempre he tenido más amigos que amigas (es más sencillo convivir con ellos, y las pláticas de ropa, maquillaje y hombres se me terminan siempre de golpe, y para siempre), y creo que equidad es igualdad, más allá de reconocimiento a tal o cual género. Pero ellas, que no hablan de hombres, maquillaje y ropa, por cierto, han venido a acompañarme en una etapa de mi vida que de por sí era feliz, y ahora con su cariño y amistad es sencillamente perfecta.
martes, 29 de septiembre de 2009
A unas semanas de cumplir 6 años los niños no piensan en el futuro y las repercusiones de aquellas primeras palabras cruzadas con los primeros niños que conocen en sus primeras clases en sus primeros días en la primaria. Pequeños milagros pasan cada inicio de año en las explanadas de estas escuelas sin que nadie lo sepa. Fenómenos sociales y personales que nadie observa y pasan inadvertidos frente a nosotros. Así, Susana sentada junto a Alejandro bastó para iniciar esta historia.
Ella pequeña, blanca, cabello negro, pantalones rojos propios de los 90 (significado: horribles), zapatos negros, camisa blanca, cabello lacio hasta los hombros, mirada al frente, seriedad total. Él moreno, no tan pequeño como ella, camisa blanca, pantalones oscuros (azules o negros, quién lo recuerda), zapatos negros muy limpios, ojos curiosos. Sentados uno junto al otro.
La vida tiene sus maneras de jugar con uno: ella no debería estar aquí, ni siquiera vive cerca, pero para que se vaya a casa con su prima al salir de la escuela han dado la dirección de su tía como si fuera la suya. Él tampoco vive cerca y no debería estar aquí, él tiene la dirección de su abuela como suya también por conveniencia del trabajo de sus padres.
Pequeños e imperceptibles milagros suceden día a día cuando la vida nos regala una oportunidad, la inocencia nos permite abrirnos y la felicidad nos recibe con los brazos abiertos.
Ella pequeña, blanca, cabello negro, pantalones rojos propios de los 90 (significado: horribles), zapatos negros, camisa blanca, cabello lacio hasta los hombros, mirada al frente, seriedad total. Él moreno, no tan pequeño como ella, camisa blanca, pantalones oscuros (azules o negros, quién lo recuerda), zapatos negros muy limpios, ojos curiosos. Sentados uno junto al otro.
La vida tiene sus maneras de jugar con uno: ella no debería estar aquí, ni siquiera vive cerca, pero para que se vaya a casa con su prima al salir de la escuela han dado la dirección de su tía como si fuera la suya. Él tampoco vive cerca y no debería estar aquí, él tiene la dirección de su abuela como suya también por conveniencia del trabajo de sus padres.
Pequeños e imperceptibles milagros suceden día a día cuando la vida nos regala una oportunidad, la inocencia nos permite abrirnos y la felicidad nos recibe con los brazos abiertos.
tonight i'll dream while i'm in bed
when sill thoughts go through my head
about the bugs and alphabet
and when i wake tomorrow i'll bet
that you and i will walk together again
cause i can tell that we are going to be friends
The White Stripes
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