viernes, 14 de agosto de 2009


Me hubiera gustado ser hippie. De hecho sería la única época de la historia en que me hubiera gustado ser gringa. Pasar la vida o al menos unos años pensando que el amor por sí mismo arreglaría al mundo, a las personas y eliminaría por siempre la guerra y el odio. Estar enamorada de todo y todos. Vestir alegre y ligeramente. Vivir en compañía de aquellos decididos a ser mis semejantes y amarnos cada noche al calor de un buen porro. Sentir que auténticamente no había diferencias entre unos y otros. Pensar que podía vivir de amor y música. Poner mi granito de arena mandando buenas vibras.


Me hubiera gustado, antes, vivir en la época victoriana. Usar esos corsés que logran lo que nunca logrará vencer el gimnasio, las dietas o las ganas contra mi herencia. Usar peinados altos y tacones alcanzando la estatura que no tendré en esta vida. Tener amantes interesantes que me conquisten con palabras rebuscadas y malintencionadas. Tener un trágico final acompañado de un beso largamente anticipado.


Me hubiera gustado ser hombre. Un hombre contemporáneo. Saber si es cierto todas esas quejas que las feministas radicales desbordan sobre ellos, si es que tienen todos los privilegios, las cosas fáciles, si entre ellos no exiten prejuicios, si sus guerras son sólo por dinero y poder, si ven a las mujeres como objetos. Si piensan en sexo cada tantos segundos y en autos cada otros tantos. Pero también no ser juzgada (porque ya lo hago, pero qué mal se ve en una señorita) por no llorarlo todo, por ser sincera, por no necesitar más que unas palmadas en la espalda y unas cervezas para curar un mal de amores.


Me gustaría ser una prostituta. Saber si en verdad hay quien lo hace por placer, saber si en verdad hay quien lo hace por necesidad. Conocer al gremio y obviar el tema que todos conoceríamos. Vender placer y buenos ratos que bien podrían arreglar el mundo. Cumplir fantasías haciéndolos pensar que son ideas suyas. Fingir normalidad fuera del trabajo y negar a los compañeros en la calle.

Me gustaría ser monja. Saber lo que se siente tener una fe incondicional. No tener necesidad de cuestionamientos ni sentir dudas respecto a todo. Pensar que estoy en lo correcto y no hay más. Creer que la suerte, las coincidencias, las casualidades y el azar, son milagros inesperados que Dios nos concede sin pedirlos. Rezar por la paz mundial, el hambre en Sudán, el genocidio en China y el golpe de Estado en Honduras, sin necesidad de salir de la trinchera y la comodidad de los hábitos siempre acicalados.