martes, 1 de diciembre de 2009

A poco de terminar el año puedo decir con seguridad que este es uno de los mejores recuerdos que me quedarán de este año: Parada en esa cocina viendo esa escena de telas y colores invernales. Seis mujeres sentadas a la mesa, platicando entre tanta confianza, en algún nivel se convirtieron en familia. Y yo. Las veo reír y el tiempo corre más lento durante unos momentos. El calor de los rayos de sol que alcanzan a entrar por el ventanal, de la comida recién hecha, pero sobre todo de su relación deja fuera el frío inviero que asoma su blancura.
Sus rostros cansados, pero felices, iluminados con sus sonrisas. Sus cabellos despeinados (sí, de todas), sus posturas relajadas, sus chistes locales, sus juegos de palabras, sus gestos de aliento, la dedicación que reposa en sus ojeras, la admiración de las unas por las otras, sus múltiples y variados talentos. Todas en distintas etapas y sintonías, y todas juntas.

Lo mejor de todo es que soy parte de esta escena. No es que sea feminista, por el contrario, siempre he tenido más amigos que amigas (es más sencillo convivir con ellos, y las pláticas de ropa, maquillaje y hombres se me terminan siempre de golpe, y para siempre), y creo que equidad es igualdad, más allá de reconocimiento a tal o cual género. Pero ellas, que no hablan de hombres, maquillaje y ropa, por cierto, han venido a acompañarme en una etapa de mi vida que de por sí era feliz, y ahora con su cariño y amistad es sencillamente perfecta.

martes, 29 de septiembre de 2009

A unas semanas de cumplir 6 años los niños no piensan en el futuro y las repercusiones de aquellas primeras palabras cruzadas con los primeros niños que conocen en sus primeras clases en sus primeros días en la primaria. Pequeños milagros pasan cada inicio de año en las explanadas de estas escuelas sin que nadie lo sepa. Fenómenos sociales y personales que nadie observa y pasan inadvertidos frente a nosotros. Así, Susana sentada junto a Alejandro bastó para iniciar esta historia.

Ella pequeña, blanca, cabello negro, pantalones rojos propios de los 90 (significado: horribles), zapatos negros, camisa blanca, cabello lacio hasta los hombros, mirada al frente, seriedad total. Él moreno, no tan pequeño como ella, camisa blanca, pantalones oscuros (azules o negros, quién lo recuerda), zapatos negros muy limpios, ojos curiosos. Sentados uno junto al otro.

La vida tiene sus maneras de jugar con uno: ella no debería estar aquí, ni siquiera vive cerca, pero para que se vaya a casa con su prima al salir de la escuela han dado la dirección de su tía como si fuera la suya. Él tampoco vive cerca y no debería estar aquí, él tiene la dirección de su abuela como suya también por conveniencia del trabajo de sus padres.

Pequeños e imperceptibles milagros suceden día a día cuando la vida nos regala una oportunidad, la inocencia nos permite abrirnos y la felicidad nos recibe con los brazos abiertos.


tonight i'll dream while i'm in bed
when sill thoughts go through my head
about the bugs and alphabet
and when i wake tomorrow i'll bet
that you and i will walk together again
cause i can tell that we are going to be friends
The White Stripes

martes, 8 de septiembre de 2009

Temporalidad innecesaria




Por fin le veré de nuevo. Ese fin de semana fue suficiente para conocernos, para volvernos amigos y para quedarnos clavados en la mente del otro. Él forma parte de mi vida diaria a pesar de los kilómetros de distancia que nos separan, y yo trato de estar a su lado tanto como puedo.
Pero, ¿qué tanto puedes conocer a alguien a través de la distancia, el tiempo y el computador? Igualmente, ¿no es esa la belleza de los amores platónicos? La emoción, la casualidad, la adrenalina, la idealización misma.
Debería ser importante qué vestiré. No lo pienso demasiado. Creo que no le importará y que él notará todo exceso.
Camino allá pienso en las posibilidades.
En mis sueños él siempre termina desilusionado de mí, y yo en un papel vulnerable como nunca. Tal vez suceda lo contrario.
Unos jeans y una playera chic. Unos tennis y el cabello suelto. El mismo reloj de siempre. Sin aretes. Un poco de lip stick. Sin más.
Sigo pensando.
Tal ver si hubiera. ¿Hubiera? No. ¿Quién inventó este "tiempo" inexistente? He leído que en algunos idiomas (¿sueco tal vez?¿finlandés? no lo recuerdo) no existe una traducción para "hubiera" y es que para ellos (y para nosotros sin darnos cuenta) representa una oportunidad más de arrepentimiento. Hoy no hay arrepentimientos. Lo que fue, es. Lo que pudo ser, es. Lo que será, probablemente ya es.
Diez minutos más rumbo al este y será. Un café, trillada, pero sana idea. No sé qué pasaría si... No, tampoco "pasaría". Tal vez pasará, si nos movemos de sitio. Espero que nos movamos de sitio.
Todas las veces que hablamos y alucinamos acerca de este momento, yo nunca pensé que sucedería. Me siento extrañamente ridícula, como debe sentirse uno en una cita a ciegas, o en uno de esos sueños donde estás desnudo frente a toda tu escuela.
Paso frente a un hotel cubierto de vidrios polarizados, miro mi reflejo y pienso que mi aspecto infantil limita mucho lo que hagamos después del famoso "cafesito", pero al menos luzco como yo y no un exagerado intento por verme bien. Después de todo lo que hemos platicado, ¿qué importa cómo me vea?
Quizá cuando llegue podría... Tampoco podría.
Dejo atrás el hotel. Unas cuadras más de restaurantes coquetos (así los llama una amiga en su afán de hacer lo más cotidiano de esta pequeña ciudad algo nice) y estaré frente a ese bar-irlandés-rocker-alternativo. Hay un futbolito a la entrada, seguido de una larga barra, una cabina de teléfono inglesa, un tren de juguete con vías que se sostienen en el aire (aún no sé cómo, tal vez porque siempre me lo pregunto luego de unos tragos), y en segundo piso una galería de artistas locales que cambia cada tanto.
Recuerdo el día en que nos conocimos. Ese bar underground y la banda que tocaba. Qué buena banda, sigo fantaseando con intentar algo con ese baterista. Canto en mi mente mientras imagino una buena escena de tragos fuertes y música a todo volumen, un departamento de rockstar y de pronto todo se torna borroso.
Leo el nombre del bar. Ya no estoy nerviosa. Él ya está ahí. Es más carismático de lo que lo recordaba.

jueves, 20 de agosto de 2009

Entre nacos y sicarios

Entre los sicarios y los nacos van a terminar con esta ciudad. Y no es que yo no sea naca, pero para todo hay niveles, señores.


Ayer por la tarde volvía al trabajo luego de la hora de comer, cuando en una de las calles que tomo ocasionalmente encuentro una "fuerte movilización" (como siempre las llaman los medios) de las fuerzas conjuntas de los tres niveles de gobierno, levantando el cuerpo ya occiso de lo que minutos atrás fuera un hombre. Caos vial, miedo para aquellos que aún lo sienten, calor maximizado para las fuerzas conjuntas que acordonaban el área cubiertos hasta los dientes por razones de seguridad, y fuertes sirenas de las patrullas que rondaban la zona.

Más tarde, saliendo del trabajo atravesaba una de las grandes vialidades de esta cuasi ciudad cuando la gente empieza a hacerse a un lado, los carros se quedan inmóviles, los conductores impávidos. Una camioneta se sube al camellón de manera abrupta y se queda unos momentos. Expectantes, los ciudadanos de esta ciudad que presenciamos esto anticipábamos una balacera, una persecución, un sicario bajando con un arma de alto calibre y mirábamos a nuestro alrededor buscando a la posible víctima. Segundos después la camioneta baja del otro lado del camellón. Era un conductor cansado de la larga línea de autos delante de él.


Hay niveles, señores.


Desearía que esto también fuera un relato de ficción.

viernes, 14 de agosto de 2009


Me hubiera gustado ser hippie. De hecho sería la única época de la historia en que me hubiera gustado ser gringa. Pasar la vida o al menos unos años pensando que el amor por sí mismo arreglaría al mundo, a las personas y eliminaría por siempre la guerra y el odio. Estar enamorada de todo y todos. Vestir alegre y ligeramente. Vivir en compañía de aquellos decididos a ser mis semejantes y amarnos cada noche al calor de un buen porro. Sentir que auténticamente no había diferencias entre unos y otros. Pensar que podía vivir de amor y música. Poner mi granito de arena mandando buenas vibras.


Me hubiera gustado, antes, vivir en la época victoriana. Usar esos corsés que logran lo que nunca logrará vencer el gimnasio, las dietas o las ganas contra mi herencia. Usar peinados altos y tacones alcanzando la estatura que no tendré en esta vida. Tener amantes interesantes que me conquisten con palabras rebuscadas y malintencionadas. Tener un trágico final acompañado de un beso largamente anticipado.


Me hubiera gustado ser hombre. Un hombre contemporáneo. Saber si es cierto todas esas quejas que las feministas radicales desbordan sobre ellos, si es que tienen todos los privilegios, las cosas fáciles, si entre ellos no exiten prejuicios, si sus guerras son sólo por dinero y poder, si ven a las mujeres como objetos. Si piensan en sexo cada tantos segundos y en autos cada otros tantos. Pero también no ser juzgada (porque ya lo hago, pero qué mal se ve en una señorita) por no llorarlo todo, por ser sincera, por no necesitar más que unas palmadas en la espalda y unas cervezas para curar un mal de amores.


Me gustaría ser una prostituta. Saber si en verdad hay quien lo hace por placer, saber si en verdad hay quien lo hace por necesidad. Conocer al gremio y obviar el tema que todos conoceríamos. Vender placer y buenos ratos que bien podrían arreglar el mundo. Cumplir fantasías haciéndolos pensar que son ideas suyas. Fingir normalidad fuera del trabajo y negar a los compañeros en la calle.

Me gustaría ser monja. Saber lo que se siente tener una fe incondicional. No tener necesidad de cuestionamientos ni sentir dudas respecto a todo. Pensar que estoy en lo correcto y no hay más. Creer que la suerte, las coincidencias, las casualidades y el azar, son milagros inesperados que Dios nos concede sin pedirlos. Rezar por la paz mundial, el hambre en Sudán, el genocidio en China y el golpe de Estado en Honduras, sin necesidad de salir de la trinchera y la comodidad de los hábitos siempre acicalados.