miércoles, 24 de marzo de 2010

La hora del café

Espero equivocarme. Nos veo sentados en torno a esa mesa, sentados en esos sillones de siempre (bueno, cambiaron una vez, y desde entonces han sido los "de siempre"), hablando como siempre, como si diez años en verdad fueran mucho tiempo. Tenemos diez años juntándonos en torno a esta mesa de café donde nunca bebemos café... cerveza, refresco, vino, vodka, sí, pero nunca café. Diez años de jugar a que no nos conocemos aún lo suficiente y que nos sorprende lo que hacemos, pretendiendo que no es lo mismo que hemos hecho antes, ahora más viejos y con más mañas para hacerlo. Nos reunimos sólo porque somos diferentes y los cuentos que nos contamos los otros no los podrían contar.
Y así como estos diez años han pasado, pasarán otros diez, doce, treinta y cinco. Tal vez nos vemos con menos frecuencia. Ya empieza. La pareja, los hijos (¡los hijos!), el trabajo, el mundo, la vida, los pretextos de toda la gente que no se reune con su pasado por miedo a que su presente lo conozca. Y nos veo aquí en algunos años, otra vez alrededor de la mesa, esta mesa que seguro vivirá más que nosotros con esas patas gruesas de buena madera, y su vidrio reemplazable que alguna vez ya cambiamos.
Soy la que ha tenido relaciones fugaces de introspección con todos ellos, y por eso me es ahora sencillo leerlos -¿leernos?-. Casi nunca me equivoco, tengo un don para la sicología, y es que tampoco somos seres tan complejos, al menos no nosotros cinco, ocho, diez, los que estemos. Estamos marcados por traumas cliché, tenemos debilidades marcadas, y fortalezas que disimulamos con fingida humildad sabiendo que si no las reconocen ellos, nadie más lo hará.
Pero espero equivocarme esta vez. Detesto pensar que pasarán esos diez años y lo que hoy nos da risa se siga repitiendo ahora causándonos los mismos problemas, también cliché, que desde ahora anticipamos. Todos los tenemos: ella no está segura de casarse, él está con la otra por miedo a la soledad, el otro cómodo con su soledad por miedo a enfrentarse a sí mismo estando con alguien más, los sueños que unos y otros van dejando y un día los alcanzarán tan sólo para recordarles lo viejos que son y cómo no podrán nunca realizarlos. Sé que así deberá ser, pero creo que lo que me disgusta es anticiparlo, detenerme mientras los otros ríen para dar un vistazo al futuro y ver cómo nos reímos también de eso.