martes, 8 de septiembre de 2009

Temporalidad innecesaria




Por fin le veré de nuevo. Ese fin de semana fue suficiente para conocernos, para volvernos amigos y para quedarnos clavados en la mente del otro. Él forma parte de mi vida diaria a pesar de los kilómetros de distancia que nos separan, y yo trato de estar a su lado tanto como puedo.
Pero, ¿qué tanto puedes conocer a alguien a través de la distancia, el tiempo y el computador? Igualmente, ¿no es esa la belleza de los amores platónicos? La emoción, la casualidad, la adrenalina, la idealización misma.
Debería ser importante qué vestiré. No lo pienso demasiado. Creo que no le importará y que él notará todo exceso.
Camino allá pienso en las posibilidades.
En mis sueños él siempre termina desilusionado de mí, y yo en un papel vulnerable como nunca. Tal vez suceda lo contrario.
Unos jeans y una playera chic. Unos tennis y el cabello suelto. El mismo reloj de siempre. Sin aretes. Un poco de lip stick. Sin más.
Sigo pensando.
Tal ver si hubiera. ¿Hubiera? No. ¿Quién inventó este "tiempo" inexistente? He leído que en algunos idiomas (¿sueco tal vez?¿finlandés? no lo recuerdo) no existe una traducción para "hubiera" y es que para ellos (y para nosotros sin darnos cuenta) representa una oportunidad más de arrepentimiento. Hoy no hay arrepentimientos. Lo que fue, es. Lo que pudo ser, es. Lo que será, probablemente ya es.
Diez minutos más rumbo al este y será. Un café, trillada, pero sana idea. No sé qué pasaría si... No, tampoco "pasaría". Tal vez pasará, si nos movemos de sitio. Espero que nos movamos de sitio.
Todas las veces que hablamos y alucinamos acerca de este momento, yo nunca pensé que sucedería. Me siento extrañamente ridícula, como debe sentirse uno en una cita a ciegas, o en uno de esos sueños donde estás desnudo frente a toda tu escuela.
Paso frente a un hotel cubierto de vidrios polarizados, miro mi reflejo y pienso que mi aspecto infantil limita mucho lo que hagamos después del famoso "cafesito", pero al menos luzco como yo y no un exagerado intento por verme bien. Después de todo lo que hemos platicado, ¿qué importa cómo me vea?
Quizá cuando llegue podría... Tampoco podría.
Dejo atrás el hotel. Unas cuadras más de restaurantes coquetos (así los llama una amiga en su afán de hacer lo más cotidiano de esta pequeña ciudad algo nice) y estaré frente a ese bar-irlandés-rocker-alternativo. Hay un futbolito a la entrada, seguido de una larga barra, una cabina de teléfono inglesa, un tren de juguete con vías que se sostienen en el aire (aún no sé cómo, tal vez porque siempre me lo pregunto luego de unos tragos), y en segundo piso una galería de artistas locales que cambia cada tanto.
Recuerdo el día en que nos conocimos. Ese bar underground y la banda que tocaba. Qué buena banda, sigo fantaseando con intentar algo con ese baterista. Canto en mi mente mientras imagino una buena escena de tragos fuertes y música a todo volumen, un departamento de rockstar y de pronto todo se torna borroso.
Leo el nombre del bar. Ya no estoy nerviosa. Él ya está ahí. Es más carismático de lo que lo recordaba.